domingo, 5 de noviembre de 2006

Memoria de mis putas tristes



    Resulta curioso y extraño a la vez, pero siempre que he leído algo de Gabriel García Márquez ha sido por casualidad. Nunca busqué el libro en cuestión, ni lo compré, sino que llegó a mi a través de alguna persona o simplemente lo ví en alguna biblioteca pública y no pude resistir la tentación de llevármelo.

    Así fue en este caso. Llegó casa a través de una amiga de mi mujer. Verlo encima de la mesa del comedor fue como una llamada en la soledad de una calle de madrugada, como un oasis en el desierto de la mesa desnuda. En fin, que lo cogí y lo empecé de inmediato, prometiéndole a mi esposa acabarlo lo antes posible para que ella también lo leyera.

    La primera impresión que me causó el libro fue la de que me iba a gustar, pero que no gustaría a una mujer. Algo parecido a lo que pasó con la película Los puentes de Madison, en la que el plantel femenino salía llorando a moco tendido, mientras los chicos nos preguntábamos qué era lo que realmente las hacía llorar. Ellas se deshacían en elogios hacia la película, mientras nosostros no pasábamos de clasificarla como regularcilla. Parte de mis sospechas se confirmaron, al menos en lo tocante a que a mi el libro me ha encantado. Es realmente enternecedor comprobar como un hombre de 90 años puede enamorarse de una jovencita con la que ni siquiera habla, a la que ni siquiera ha visto despierta. Pero es fascinante como ese amor cambia por completo su vida, sus columnas en el periódico, su forma de ver la vida, es decir, la poca vida que le queda después de los 90 años. Como es capaz de comenter las más grandes tonterías de adolescente enamorado.

    Otro aspecto que me hizo seguir el libro con atención fue el morboso anhelo de encontrar vínculos autobiagráficos con el nobelado autor. Me pregunto hasta dónde habrá sido capaz de llegar en su vida real por amor. Debe ser inherente al ser humano, pero ese regusto en indagar en vidas ajenas no lo podemos evitar. Cuántas veces se pregunta a un autor por los rasgos autobiográficos de su novela.

    El libro no está exento de ese toque mágico y subrrealista de la literatura hispanoamericana. Amar hasta la locura a una persona con la que se yace en silencio durante años y sólo una vez a la semana es algo digno de la imaginación de un genio, y sobre todo hacerlo creíble para el lector y llegarlo a emocionar.

    La portada que he puesto es la de la edición griega, que me gustó desde que la vi, creo que refleja lo más llamativo del libro, aunque quita parte de la posibilidad de imaginarnos como será Delgadina.