martes, 17 de febrero de 2009

Se equivocan


Reproduzco aquí una carta aparecida en un diario de Sevilla el día 16 de febrero, escrita por Julia Rodríguez Pérez y que servirá como anticipo a la próxima entrada en la que comentaré el nuevo libro de Ricardo Moreno Castillo, De la buena y la mala educación, donde vuelve a poner patas arriba el sistema educativo español con ejemplos claros y razonados. De momento ahí va la carta:

Se equivoca quien piensa que la calidad de la enseñanza es directamente proporcional al número de días y de horas que los alumnos pasan en la escuela, y que la mejora del aprendizaje se puede conseguir pagando incentivos.

Se equivoca quien confunde educación con servicios asistenciales, colegio con guardería; quien no se plantea que una sociedad tiene un grave problema si considera que sus niños y jóvenes deben estar institucionalizados la mayor parte de su tiempo.



Se equivoca quien afirma que las condiciones laborales de los docentes son envidiables. Animo a todos los que lo creen a que intenten aprobar nuestras oposiciones, y si lo consiguen -o no- anden durante años dando vueltas a cientos de kilómetros de sus casas y familias, pagando de su propio sueldo alquileres y gasolina, soportando la tensión del trabajo directo con alumnos y padres al que se añade un sinfín de tareas burocráticas, llevándose el trabajo a casa, careciendo de derechos elementales que tienen otros trabajadores como los días de asuntos propios, etcétera. Quien no sabe que cada hora de atención directa al alumnado tiene necesariamente detrás otras muchas horas de trabajo y formación; quien parece considerar que todo el mundo tiene derecho a conciliar su vida familiar y laboral menos, por lo que se ve, los trabajadores de la enseñanza.

Se equivoca quien cree que los problemas de la educación se van a solucionar adoptando medidas populistas con el docente en el punto de mira (por cierto, ¿ésta era la campaña de dignificación de la profesión que se nos prometió?).

Se equivoca... o no. No se equivoca si su verdadero objetivo es convertir los centros educativos en un aparcadero de niños sin futuro y profesionales desmoralizados y vapuleados por la propia Administración que los contrata; en una institución desestructurada y sin medios donde esperar que suceda el milagro.

En tiempos en que la educación es clave estratégicamente a nivel mundial (véanse, por ejemplo, los discursos de Barack Obama), nuestros gobernantes parece que se han propuesto por todos los medios dinamitar los cimientos de nuestro sistema educativo.